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Violadores de barrio, seductores de mansión

Por Najate Zouggari, periodista y traductora.

 

 

En el tratamiento mediático del caso Dominique Strauss-Kahn, los periodistas franceses, al menos aquellos que no se han visto afectados personalmente, han  optado por dar continuas muestras de “contención”. Así, el Consejo Superior del Audiovisual (CSA), ya el 17 de mayo, conminó a las televisiones a comprometerse a no difundir imágenes del acusado esposado, conforme a una presunción de inocencia mediática de la cual muy raramente gozan los procesados de los suburbios. Según sea usted joven Negro de barrio o viejo político blanco, los juicios mediáticos lo convertirán sin la mínima contención en violador odioso o –“con mucha contención”- en seductor sin fortuna. En esta división racista de la violencia sexista se sobreentiende también que sólo los hombres de la primera categoría detestan a las mujeres, de forma innata (esa gente es así) o adquirida (por su cultura y su religión). Los hombres violentos cultivados en la cultura dominante, por el contrario, aman a las mujeres y a menudo se dirá de ellos que no controlan sus amores o las aman en exceso. Así, en la esfera de los medios dominantes la violencia de las élites será justificada de modo sistemático.

En tanto que ciertos políticos –y los medios  a su servicio- aspiran a privar de su nacionalidad a los miembros de la primera categoría, al mismo tiempo se afanan en proteger a los segundos del “puritanismo anglosajón” y del “sistema judicial americano”, a lo largo y ancho de muy contenidos artículos de opinión o de declaraciones lacrimógenas basadas en la presunción de que sus autores sí que conocerían el verdadero rostro de DSK. Los periodistas han movilizado a todo un batallón de psicólogos y psiquiatras, utilizados para exculpar al acusado suscitando la compasión del público antes que la comprensión de los hechos. Los encontramos especialmente en las columnas de Le Monde (“Los factores psicológicos del caso DSK”, del 3 de Junio) y de Le Figaro (“Del FMI a la cárcel, la caída de DSK vista por los psiquiatras”, del 17 de mayo). El recurso a estos expertos es revelador de la parcialidad de estos medios, ya que, mediante una pirueta con marchamo científico, transforma al acusado potencialmente culpable en una pobre víctima de sus propios impulsos. Dicho de otro modo, si lo expresamos con la contención de los medios dominantes, DSK habría sido víctima de su impulso de seductor inveterado. De esta forma, en el asunto que nos ocupa, la prudencia de los periodistas, su “voluntad de comprender” al acusado – y nunca a la demandante- así como la indulgencia y la parcialidad, a veces claramente asumidas, contrastan de manera notable con su propensión a condenar sin paliativos a las “pandillas étnicas” y sus espectaculares  violaciones colectivas en los no menos espectaculares “bajos fondos de los suburbios”. Así, el rigor de la condena –a la vez moral y penal- que se abate sobre las poblaciones de los barrios populares es proporcional a la laxitud mostrada cuando se trata de evaluar y de castigar la violencia cometida por las clases social y racialmente privilegiadas.

La camarera del Sofitel, víctima del intento de violación, es presentada como “demandante” en la mayoría de artículos de prensa, conforme a las pretensiones periodísticas de neutralidad, mayoritarias en el campo mediático. Sin embargo, Nafissatou Diallo es calificada de “acusadora de Dominique Strauss-Kahn” de forma simultánea por la redacción de Paris-Match (“La mujer que hundió a DSK”, 17 de mayo), LCI y AFP (despacho del 18 de mayo). Un artículo de Le Monde –movido por un curioso afán por dilucidar el crimen según fundamentos etnológicos- ofrece otra versión de esta apelación peyorativa interesándose por “la vida guineana de la acusadora de Dominique Strauss-Kahn”. Nadie, por el contrario, se interesará por la vida norteamericana del acusado. Cuestión de contención- que dicho sea de paso, no se aplica a “la camarera de hotel” en el mencionado comunicado del CSA. La “camarera”, como se la ha llamado a menudo, sólo existe bajo el prisma de su impúdica acusación o de su origen étnico confuso –guineana o senegalesa, “africana” en cualquier caso. Las razones concretas de su irrupción en el campo mediático, sin embargo, se abordan  siempre con eufemismos: el intento de violación y la valentía de reclamar justicia. Según los casos, se la ha pintado como “misteriosa” intrigante, acusando a un Dominique libertino pero sin mala intención, o como empleada poco dada a bromas y tendente a hacerse la víctima. Y es que para estos creadores de opinión, basta ver a una mujer negra o de tez más morena de la media reclamar justicia para enseguida lamentar la incorregible propensión de los no blancos a la “victimización”.

 

La defensa mediática de DSK o cómo quitar hierro a una violación

 Para la mayoría de los periodistas galos y otros pseudo-analistas homologados de la actualidad, en todo este asunto habría mucho ruido y pocas nueces. En el programa matinal  de la emisora de radio France Culture, el 16 de mayo, Jean François Kahn declara: “Yo estoy seguro, prácticamente seguro de que no hubo intento violento de violación, no lo creo; conozco al personaje y no lo creo. Que haya habido una imprudencia, podemos… (risa “burlona” según Rue89), no sé cómo decirlo, que se propasara un poco...”. Antes de soltar una carcajada propia de un colegial, Alain-Gérard Slama observa: “Él lo ha calificado como una mala interpretación”. Muy divertido. Pero Jean François Kahn, muy contenidamente, retoma el tema, ya un tono muy serio: “Que se haya propasado un poco... con una empleada, quiero decir que no me parece bien pero… no sé, es una impresión”.

Para el periodista Jean-François Kahn, los hechos de los cuales se acusa a DSK tienen ciertamente menos importancia que sus amistades personales, sus creencias subjetivas e incluso lo que él llama con todo rigor su “impresión”. En el vacío de esta intervención radiofónica sale a relucir un periodismo de reverencias, sin indagaciones ni investigaciones precisas, débil con los fuertes y fuerte con los débiles; en resumidas cuentas: un periodismo de flashes aislados. La presunta violación viene muy especialmente acompañada de precauciones lingüísticas sexistas, cuya expresión no habría sido tolerada en boca de un “joven” de los suburbios; pero estamos en France Culture y no en un feudo machista: a los viejos viriles pseudo-cultivados todo les está permitido, incluso minimizar el alcance de un acto criminal. En efecto, Jean François Kahn no califica al acto de  “violación” o de “intento de violación” sino como un “intento violento de violación”, como si existieran intentos no violentos de violación. Después de la intervención de Alain-Gérard Slama y su risa cómplice, Jean-François Kahn da a entender que la violación de una empleada no podría ser asimilada a un crimen. Después de todo, se trata solamente de una camarera. Las clases populares pueden estar tranquilas: Jean- François Kahn y Dominique Strauss-Kahn son ambos hombres de izquierdas.

Otras muestras de la verborrea de los columnistas omnipotentes corroboran la del fundador de Marianne. El filósofo botuliano[i] Bernard-Henri Lévy, cuyas impresiones sobre la violación ya eran conocidas por el gran público gracias a  su apoyo a la causa de Roman Polanski, pasa página (16 de mayo) con una anáfora ridícula, “yo no sé”, que quiere decir exactamente lo contrario de lo que afirma. La falsa modestia del botuliano, que pretende saberlo todo diciendo que no sabe nada, coincide con el espíritu de la contención periodística. “Lo que sé es que nada en el mundo justifica que se arroje así a un hombre a los pies de los caballos”. La violación no existe. El trabajo de la justicia es despreciable porque nada autoriza el procesamiento de un hombre rico aun cuando sea culpable de agresión sexual.

El mismo diapasón lo encontramos en el antiguo ministro de justicia Robert Badinter, quien denuncia “una ejecución mediática” de Dominique Strauss-Kahn en  France Inter (17 de mayo) y describe con gran sensibilidad a un “hombre sin afeitar, con el rostro desencajado, expuesto a la luz pública”; dicho de otra forma, acorralado, pero cuya defensa está paradójicamente en manos de los mejores abogados del mundo porque él, aun con el rostro desencajado, todavía puede  permitírselo. En contraste con este patetismo tan excesivo como injustificado, el silencio de Elisabeth Badinter – tan dispuesta siempre a denunciar las tendencias sexistas de la musulmanería – resulta ensordecedor: la violación de una pobre empleada negra no suscita la más mínima indignación en la presidenta – feminista intermitente- del consejo de vigilancia del grupo Publicis. Nada de cartas abiertas a Dominique Strauss- Kahn en los periódicos. Dicho de otro modo, cuando se trata de un tejido escogido libremente para cubrirse (hiyab o “pañuelo islámico”), el escándalo está servido. Pero si hablamos de un intento de violación, tampoco es para tanto.

¡Pobre DSK!” ironiza Isabelle Germain en la sección “Comment is Free” (17 de mayo) del cotidiano británico The Guardian. Un artículo de Nick Cohen para el Spectator, titulado “La violación y las élites francesas” (18 de mayo), denuncia aún más firmemente la mala fe del filósofo botuliano y, por extensión, de sus amigos. Nick Cohen escribe sobre él: “No tiene la más mínima conmiseración por la presunta víctima, una pobre inmigrante de África que según el New York Times ha tenido que ser hospitalizada después de la presunta agresión”. El periodista británico califica la verborrea botuliana de «perorata hipócrita”, ridiculizando su uso de la hipérbole, la parcialidad de sus comentarios y su indignación selectiva: BHL “no puede defender los derechos de las mujeres únicamente en Téherán y en Riyad”.

 

Violadores de barrio y seductores de mansión

La clase y la pertenencia a un determinado contexto geopolítico de la víctima, del mismo modo que la raza, parecen condicionar la posibilidad de defensa en los medios dominantes: los violadores sólo existen en los “bajos fondos de los suburbios”, es decir en los barrios populares. La violencia machista no existe en los barrios acomodados. Los periodistas de Arte no se han molestado en hacer ninguna investigación periodística en el FMI, pese a que allí regía la consigna de  “nunca dejar solo a DSK con una mujer en su despacho” (Le nouvel Observateur, 19 de Mayo). No se ha recurrido en este caso a enlaces en el lugar de los hechos ni a investigación alguna: ¡contención, por favor! “Seductor hasta la inconsciencia” para Le Parisien (16 de mayo), “libertino”, “ligón”, “lanzado”, “seductor tenaz” para Alain Finkielkraut en la emisora RMC, “pero no un violador”. Mientras que los sofistas siguen con sus elucubraciones, la definición de violación no se disuelve en una marea de atenuantes dudosos y, afortunadamente, la investigación judicial sigue su curso. Según la web de la cadena de televisión NBC New York (24 de mayo), los análisis de ADN confirman que el esperma que se encontró en la blusa de la víctima  procede del “seductor tenaz”. 

Alain Finkielkraut no escatima esfuerzos en su defensa: lo que él califica como un “horror trágico”, no es el crimen denunciado sin piedad cuando lo cometen las clases populares, sino la posibilidad misma de que las élites puedan ser objeto de semejante acusación. Cuando él dice “su vida se ha convertido en una pesadilla”, no se refiere a la vida de la mujer objeto de la agresión; la gravedad del acto se reduce a la mínima expresión cuando la posible violación es calificada como un simple “desliz” o como un “resbalón”.

            Donde Jean-François Kahn tenía una “impresión”, Alain Finkielkraut tiene  una “sensación”. No obstante, lo que quieren los oyentes de RMC, como probablemente los de France Culture, es comprender los hechos y no explorar las pequeñas interioridades burguesas, falaces y profundamente tediosas de este o aquel periodista. Contrariamente a Jean-François Kahn, que no disimula su relación de amistad con DSK, la connivencia de Alain Finkielkraut se dibuja con trazos más sutiles. Este último se cuida mucho de aclarar que no frecuenta los riyads de lujo de Marrakesh (lo que sí hacen Strauss-Khan, BHL y todo un sector de la intelectualidad parisina) y de señalar sus desacuerdos políticos con el mandamás del FMI. Sin embargo, dice sentir “compasión” por el acusado: sale a relucir con claridad una connivencia de clase. Se trata de “la caída en desgracia” de un miembro de la élite, con la cual se identifica quien lo toca. Desgracia que lo conmueve más que los sufrimientos de una camarera que carga con el triple estigma de ser pobre, mujer y negra.

Alain Finkielkraut –como el conjunto de los defensores mediáticos que envuelven a DSK con su solícito manto protector- invoca la “presunción de inocencia” ahí donde para otros reclamaría “tolerancia cero”.

En el asunto del RER D, cuando una joven no judía dijo en 2004 haber sufrido una agresión antisemita llevada a cabo por horribles barriobajeros árabes y negros, ni Alain Finkielkraut ni el mismo DSK juzgaron adecuado defender la presunción de inocencia de los acusados. La presteza de las élites políticas (y de los periodistas a su servicio) a la hora de abrir juicios mediáticos a la juventud de los suburbios, a los pobres, a los árabes, a los negros, a los musulmanes, contrasta con la contención y la renuncia a juzgar que se exigen en el “caso DSK”. En la emisora de radio France 2, eludiendo cualquier forma de presunción de inocencia de unos acusados sin fundamento, Dominique Strauss- Kahn hizo entonces el siguiente comentario: “Si es un montaje, evidentemente sería criticable como tal pero eso no alteraría en modo alguno el hecho de que es la décima o la vigésima agresión de este tipo”. Para ser válido y pertinente, este juicio debería poder aplicarse a su propio caso.

Pero este juicio –como los otros juicios mediáticos relativos a los crímenes sexuales- no resiste al relativismo moral de las clases dominantes que modulan su compasión y su sentido pretendidamente universal de la justicia en función de la clase y la adscripción religiosa y racial de los individuos implicados. Prueba de ello es el empeño en mantener al margen a la familia de DSK, inversamente proporcional a la exhibición de la familia “africana” de Nafissatou Diallo.

 

Inmersión exótica en la “comunidad de la  acusadora de DSK”

Los medios exhiben sin el menor recato a la víctima y a su familia, lo que contrasta, de nuevo, con la “contención”, la “decencia” y el “respeto” que rodean a la del acusado. Los periodistas escudriñan al detalle el entorno de la “acusadora”. Así, el semanario JDD (22 de mayo) ofrece “una inmersión en la comunidad que acusa a DSK”. Ni que decir tiene que no se ofrecerá a los lectores inmersión parecida alguna en la comunidad de la otra parte. La introducción del siguiente artículo  firmado por Marie-Christine Tabet nos recuerda casi indisimuladamente una postal colonial, con ese encanto del sabor añejo, dirán los nostálgicos: “La cabeza se mantiene erguida. Su cabello oscuro está peinado con elegancia, alisado en la raíz y ondulado en las puntas a los lados. El retrato evoca un cliché de los años 1950 con colores retocados. Esta linda africana con aires de princesa es la mujer más buscada del planeta”.

            El texto traza a continuación la trayectoria de Nafissatou Diallo, no sin una proliferación de elipses que acentúan la dramaturgia obscena del relato. “Es una mujer fulbe y musulmana”, descubrimos por la periodista o, refiriéndose al encuentro con la hermana de la víctima: “es su marido quien sirve de intermediario”. El artículo se cierra con la constatación de las dificultades a las que se enfrenta la víctima, particularmente “la avidez de los medios” pero “sobre todo la mirada implacable de su comunidad”. Como si su entorno de origen no pudiese, muy por el contrario, ofrecerle apoyo: en el imaginario postcolonial, ciertas comunidades sólo pueden causar perjuicios a sus miembros, especialmente los femeninos. Siempre en este género de pequeños reportajes con resonancias de Tintin en el Congo, encontramos también el de Le Figaro (24 de mayo) titulado: «Tchiakoullé en Guinea, pueblo de la acusadora de DSK”, pero hasta la fecha no se ha hallado muestra alguna de un estudio antropológico tipo: “Neuilly-sur- Seine en Francia, pueblo del presunto violador de  Nafissatou Diallo”.

En una tribuna (fechada el 8 de junio), más propia de la disertación fallida de una estudiante de filología, una periodista de Marianne subraya el carácter alegórico del proceso, la “fiebre alegórica”, la “alegorización”… Nada más lejano a la realidad: este proceso no se deja reducir al choque entre una “alegoría inocente” y una “alegoría culpable”, como deja ver la autora en los términos crípticos de su vaporoso razonamiento.

            Es el proceso real contra un hombre acusado de una agresión sexual real. Pero esta periodista amante de las figuras retóricas peca de idealismo cuando añade que de la lucha de clases “podemos hacer un slogan, un libro, una filosofía”. Sólo los periodistas de los medios dominantes se dejan mecer aún por su propia ilusión de que se puede hacer de la lucha de clases lo que a cada cual se le antoje, de que es una idea filosófica trasnochada y que, en suma, la realidad y los fenómenos sociales dependen de sus propias percepciones sobre ellos. Ahí reside la inmodestia de los cegatos neoliberales: miopes y estúpidos pero seguros de su lucidez y de su inteligencia, siempre prestos a superponer sus representaciones subjetivas sobre una  realidad que jamás se esfuerzan en examinar.

Nafissatou Diallo es negra pero en lugar de tratar este parámetro conforme a la realidad de la condición minoritaria de los Negros en una sociedad blanca, los periodistas franceses, en el mejor de los casos, han dado un trato exotizante al  dato y, en el peor de ellos, lo han disuelto en una crítica alegorizante de la alegoría. Angela Davis subrayó en su libro Mujeres, Raza y Clase la realidad social siguiente que no tiene nada que ver con una idea abstracta: “En Estados Unidos y en otros países capitalistas, las leyes sobre la violación fueron construidas originariamente para proteger a los hombres de las clases superiores, cuyas hijas o cuyas mujeres podrían ser agredidas. Lo que pudiera pasarles a las mujeres de las clases populares no ha preocupado sino muy raramente a los tribunales; en consecuencia, hay que señalar que muy pocos hombres han sido demandados por las violencias sexuales que habían infligido a esas mujeres. […] Uno de los rasgos prominentes del racismo consiste en haber postulado siempre que los hombres blancos –y particularmente aquellos que poseen el poder económico- tienen un derecho de acceso inalienable a los cuerpos de las mujeres negras[ii].

Al final, la defensa mediática de DSK –que no es más que el reflejo de la base material sobre la que se asienta- se niega a admitir la realidad de la intersección entre sexismo y racismo. Esta ceguera voluntaria sobre los privilegios de raza y de clase no tiene nada de sorprendente: reconocer su existencia pondría en peligro los beneficios materiales y simbólicos que se derivan de una injusticia social que no tiene nada de alegórica. El relativismo moral –consustancial a la negación de los factores de clase y raza- podría ser fatal para la sociedad que lo aplica impunemente, como ha subrayado Aimé Césaire en su Discurso sobre el colonialismo : “Cada vez que en Vietnam se cortan cabezas o se revientan ojos y  en Francia se acepta, cada vez que se viola a una chica y en Francia se acepta, cada vez que se tortura a un Malgache y en Francia se acepta, hay un logro de la civilización que se desploma, hay una regresión universal, hay una gangrena que se extiende”.

Describir los hechos como un leve atrevimiento con una criada, referirse a ellos con reservas o con risas burlonas tendentes a minimizar la  violación de una camarera de hotel negra, representa un nuevo espaldarazo de Francia a una mitología humanista donde no existirían ni razas ni clases, pero donde, a la vez, la voz de los medios dominantes se encarga de preservar siempre de todo peligro los intereses de raza y de clase.

 

Traducico por Sofia Pia.

Revisado por Jesús de Manuel Jerez.




[i] N. del T.: El término ‘botuliano’ hace referencia al filósofo ficticio Jean-Baptiste Botul al que Bernard-Henri Lévy suele citar en sus obras. Véase http://fr.wikipedia.org/wiki/Jean-Baptiste_Botul  o, en español, http://pellizcate.blogspot.com/2010_02_14_archive.html

[ii] Angela  Davis, “Woman, Race and Class”, New York, Vintage, 1983. En español, publicado en Ediciones Askal en 2004.